Sintió tocar a la puerta. Solo el tercer llamado la llevó hasta ella. Era el cartero, el de siempre. Vestía unos jeans desgastados y traía puesta la gorra que a ella tanto le divertía, -pareces poeta- le dijo con afecto. -Buenos días- respondió el cartero, halagando lo hermosa que lucían las lavandas. Ella lo miró con ternura, hacía tanto que le conocía y le respondió –crecen como la “mala yerba” mi querido Miguel-, mientras pensaba en cuantas semanas hacía que no venía el jardinero. Reparó en que sus rosas necesitaban de una poda, y que la parra crecía desordenada y lujuriosa. Se quedó un momento contemplando como la lavanda amenazaba con florecer como cada año, trayendo con ella el aroma a los recuerdos. -Traigo una carta para usted- le dijo, más bien una postal precisó.
La tomó entre sus manos, le extrañó el papel del sobre, la estampilla. Mientras firmaba el recibo de la postal le pareció escuchar una melodía de fondo que la remeció, como si la transportara a otro tiempo y otro espacio. Tembló, se vió encandilada frente al sello borroso de la esquela. La sensación de estar suspendida en el tiempo la paralizó. Ni siquiera dijo adiós a Miguel, solo le vio desaparecer por aquel caminito de lavandas que con tanto amor había cuidado en esos casi diez años.
Se sentó en el umbral de la puerta. Hacía algo de frío, no demasiado... Ella sintió desconfianza, una cierta inquietud al tener ese pedazo de papel en la mano, pensó en botarlo, en quemarlo por si se arrepentía y lo redimía de la basura. Durante años había recibido incontables cartas que le alegraban los días, todas ellas reconocibles por las letras, la estampilla, el remitente. Su madre, sus hijos, su gran amiga, la de siempre, uno que otro compañero de viajes, la carta de Javier religiosamente cada fin de mes. Pero esta vez era distinto, algo le decía que era distinto...
Titubeó un largo rato, la música le acompañaba.
El teléfono sonó intensa y largamente, pero ella estaba ensimismada, no hizo caso de su eco. La posibilidad de que la postal fuera de aquel amor, después de tantos años, le inquietó. La carta no tenía remitente y no reconoció la letra. Podría la vida traerle este regalo después de tanto tiempo. “Estás preciosa, te invito un café”. Se vino esa melodía a su cabeza con una nitidez apabullante. Después de casi diez abriles supuso que lo había olvidado. Pero él afloró desde el centro del alma, mágicamente, de modo insurgente y rebelde con la sola presencia de aquella postal timbrada en su mano.
- Ya está - se dijo, y la abrió.
Leyó la postal, “… amor mío, a pesar de los años, de las voluntades, aún sigo esperando que el vértigo pase y que luzca el sol cada mañana”. Se prendió de ese trozo de papel como las raíces del árbol a la tierra, lo apretó contra su pecho y se quedó contemplando el aire.
Una pequeña brisa de viento triste le tocó el cuerpo. Una tristeza por lo no vivido, por ese pasado que no había tenido opción de presente, por la cobardía, por haber dejado pasar aquellos soplos que pudieron ser una vida entera.
Buscó entre los discos arrumbados. Mucho tiempo había pasado sin escuchar esa música. Varios años antes había guardado esa dulce historia en el desván, solo tenía a la mano un par de discos “neutrales” como solía llamarles, de esos que suenan bien, pero que no emprenden con el alma. Le tomo un buen rato encontrar el que buscaba, lo puso y escogió el segundo tema. Ella despertó llorando.
Prendió un cigarrillo. El sueño había sido hermoso, como siempre casi real, tenía la postal en la mano izquierda. No era de su antiguo amor sino de Javier y decía: “te extraño, este lugar es maravilloso, ¿puedes venir?, dame una señal, un beso, Javier". Decidió volver a dormirse, quería buscar el sueño en el sueño, volver a escuchar esa canción, ligarse como tantas otras veces con aquel amor, pero no lo logro...ya no fue posible…
La habitación le pareció pequeña, ahogante, el cielo parecía más bajo, aplastante. Pensó en que había sido una mala idea pintarlo del color de la lavanda. En el muro, donde las fotos de sus hijas iluminaban sus días, solo quedaban vestigios de aquellos momentos amables. Alguna vez había ido a ese pequeño pueblo donde lo había amado, necesitaba armarse de imágenes que impidieran que el olvido barriera con ese amor, y entonces había fotografiado el lugar. Esas fotos tenían un lugar inviolable en aquellas murallas.
Se puso inquieta, decidió levantarse.
En la cocina, mientras servía un café cargado y sin azúcar, no supo que hacer con las lágrimas atoradas en el alma. Salió a caminar, estuvo largas horas disfrutando del placer de la calle, las gentes, los niños en la plaza, y pensó en Madrid. Finalmente Javier le proponía una locura digna de ser considerada.
Resolvió llamarlo. A fin de cuentas él había sido el único que la había amado siempre, todo el tiempo y ella le tenía cariño, un gran cariño. Javier había sido su confidente tantas veces, él comprendería todo, pensó, entendería su dolor, la aceptaría y además estaría dispuesto a mostrarle la ciudad, los cines, los parques, los museos. Abordó con imaginación las maravillas que podrían venir. La desolación comenzó a disiparse, a recogerse para otro momento.
-Hola-, se escuchó decir al otro lado del teléfono, -Javier soy yo recibí tu postal- dijo ella- , - quiero verte-. Javier sintió que una cierta placidez se apoderaba de su cuerpo, le subía desde los pies a los pelos de la cabeza y se le instalaba en el alma, con una sensación de frío.
–Ya estoy esperándote, como lo he hecho todo este tiempo- le respondió.
Ella llegó a Madrid tres días más tarde, con un par de maletas, arrugas en el rostro y la decisión de quedarse por un tiempo largo. Tenía la certeza de que Javier no interrogaría su mirada llena de recuerdos, su alma atiborrada de viajes sin rumbo y sus sueños que a veces traían consigo el pasado.
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15 comentarios:
Ta lindo, lindo....
buscar el sueño en el sueño me parecio una gran frase,
por qué 2014? ya sabes lo que ocurrirá...
Que buen post. Siempre existe ese amor que uno ha postergado, pero de alguna forma esta presente cada día en nuestras vidas. El recuperar el tiempo es tarea de cada uno, yo estoy en eso. Ojala todos se atrevan a hacerlo.
Un beso mujer, lindo texto.
las promesas son las que hacen que el amor perdure, sea honesto con la memoria y fuerte con el presente.
Me gustó taaaaaaaaanto.... Aparte de todos los guiños a lo universal que de por sí conmocionan (no te explico:), el relato está escrito de una forma súper atractiva. Lindo, niña, precioso!!!
Un abrazo
Lindo relato.
Gracias por tu visita.
Nos leemos.
Un abrazo
Que lindo relato, Amanda.
Sutil las lavandas, adorable la escena del cartero y nostálgico ese amor que se recuerda a pesar de las arrugas.
Hermoso relato Amanda...MAdrid y sus cales y sus museos y sus parques y las pequeñas hebras de luz que aparecen de tus letras....me encantó...
te dejo un gran abrazo y las gracias por el cariño
ta bueno, lo encontre sutil
Me enganchó tu relato.
Me gustó mucho.
Un besito.
bohemiamar.
Qué relato,Amanda, parece verlos a todos tus personajes.
Y esa música de fondo,me trajo a la memoria, una sinfonía de Offenbach, la de la peli LA VIDA ES BELLA.
Al menos luego de tantos recuerdos entrañbles con emzcla de angustias, se pudo sentir el alivio de un final feliz, digno de una romántica.
Un besito
final feliz?...
lindo relato... saludos amanda.
muy lindo el texto, muy bien escito, con muy sensibilidad...
beijos europeus
Parece ser que siempre hay un amor que nos espera(¿acaso no hay un amor que nosotras siempre esperamos?)
Quizás no lo henos sabido descubrir, quizás está mucho más cerca y no en Madrid...
quizás en que parte del mundo anda nuestra mitad perdida...
Un abrazo Amanda
Son buenos los recuerdos, hay que guardarlos si, pero no hay que vivir de ellos. La vida no acaba, ni el amor tampoco.
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